«Antuono gritaba al asno: «Anda, cagaoro – Arre, cacaurre» que en vez de bosta depositaba un montón de joyas…»
Así relata un cuento napolitano del siglo XVII, acerca de un asno de oro del que llovían monedas y joyas con sólo pronunciar la palabra secreta…
En esta época de las colecciones de maravillas, artefactos curiosos, relojes raros y autómatas que dejaban atónitos al público, existió un mecanismo inventado por el hombre que, al parecer, podía cumplir el sueño de la riqueza infinita… si se conocía el secreto de su producción.
Más que una maravilla artística para ser admirada, este ingenio era un objeto útil, un avance tecnológico en la fabricación de monedas que reemplazaba la tradicional acuñación a martillo, ahorrando tiempo, dinero y mano de obra; todo un antecedente de la Revolución Industrial.
Mientras hoy se puede pagar en la mayoría de los estados europeos con el Euro, antiguamente cada rey o príncipe acuñaba sus propias monedas, como Enrique IV de Castilla, que en 1455 había ordenado la construcción de una Casa de Moneda en el casco antiguo de Segovia, a la cual se añade a finales del siglo XVI la nueva sede junto al río Eresma.
Será en Hall donde se va a montar el ingenio, según la nueva técnica de acuñación a rodillo, introducida en el Tirol por un grupo de inventores suizos a partir de 1564, en la época del emperador Fernando I y su hijo, el archiduque Fernando del Tirol, tío y primo de Felipe II respectivamente. Paralelamente, en 1477 se fundaba en Hall, en el Tirol, una Casa de Moneda a expensas del archiduque Segismundo. Entre los suizos mencionados destaca Hans Vogler (Fogler) que consiguió con los técnicos locales un tal avance que a partir de 1569 se podía acuñar a rodillo de forma continuada y regular. Despedido por el archiduque Fernando en 1568, Vogler intentó vender el mecanismo a Felipe II, sin conseguirlo, así como en el reino de Polonia, donde habría de morir, fuertemente endeudado, en 1574 o 1575.
Entre los suizos mencionados destaca Hans Vogler que consiguió con los técnicos locales un tal avance que a partir de 1569 se podía acuñar a rodillo de forma continuada y regular. Despedido por el archiduque Fernando en 1568, Vogler intentó vender el mecanismo, a Felipe II, sin conseguirlo, así como en el reino de Polonia, donde habría de morir, fuertemente endeudado, en 1574.
Aunque Felipe II sabía que su primo en el Tirol disponía de una máquina para fabricar dinero, solo en 1580 el rey español toma la decisión de acuñar sus monedas con esta nueva técnica y, un año más tarde, en Lisboa, es informado minuciosamente acerca del funcionamiento del ingenio de Hall por Gregorio Gerlin, secretario del embajador imperial Hans Khevenhüller (Kefenjiler). Gerlin recibe el encargo de supervisar la construcción de la maquinaria en Hall para Felipe II, así como su transporte a España.
Lo que, hoy en día sería la producción, el traslado y la instalación de una planta industrial, habría de realizarse en un tiempo récord. En la primavera de 1582, Jacob Bertorf, jefe de la Casa de Moneda de Hall y sus colaboradores, empezaron la construcción de la maquinaria, a la vez que un primer grupo de técnicos viajaba a España y se realizaban los planos del edificio y las instalaciones hidráulicas, tomando como modelo los de Hall, instalada en el Castillo de Hasegg.
En los mismos años se organizó desde Hall la construcción de la Casa de Moneda en Ensisheimen Alsacia, una ciudad situada entonces en el territorio del archiduque Fernando, que tiene las mismas características de la Casa de Moneda de Segovia. Bertorf construyó para Ensisheim otros dos ingenios que comenzaron a trabajar en 1584.
Dos años más tarde y tras una prueba, la máquina estaba lista para su transporte. Comienza aquí una larguísima y ardua expedición de más de dos mil kilómetros, atravesando puertos de montaña, ríos, lagos y el mar. La ruta elegida era el llamado «camino español», considerado seguro porque, en su mayor parte, discurría por territorios controlados por los Habsburgo, que unía en esta época Flandes con la Península Ibérica, atravesando el Tirol.
Un convoy de 25 carros dejó el 2 de octubre de 1584 la ciudad de Hall, llegando a la ciudad de Como a finales de mes. La valiosa carga se custodiaba en la casa del gobernador Pallavicini, posiblemente la Villa Pliniana.
A principios de diciembre se continuó el viaje hacia Milán y Génova, donde un suceso imprevisible habría de bloquear el transporte hasta febrero de 1585.
Desde Hall el transporte había sido acompañado por un experimentado soldado italiano de nombre Flavio Bordón. Enterado éste de una trama asesina contra el conde lombardo Renato Borromeo, intentó vender sus informaciones, pero sin éxito. Era este un turbio asunto que habría de terminar de manera desastrosa para Bordón, condenado a galeras por chantaje.
Bordon es sustituido por Magno Mayr, quien ya había conducido en 1582 el primer grupo de técnicos a España y el 2 de febrero de 1585, el convoy se embarcó rumbo a Barcelona, arribando 16 días más tarde con un Gerlin enfermo y exhausto que fallece al poco de llegar.
Sin dirección y fuertemente endeudada, la Operación Ingenio parecía haber llegado a su fin.
Quiso la casualidad que el propietario de la maquinaria, el rey Felipe II, acompañando en abril de 1585 a su hija Catalina Micaela a Barcelona, se hiciera cargo del asunto. Pagadas las deudas, se pudo continuar el camino y el 13 de junio de 1585 el convoy llegaba a Segovia.
En la ribera del Eresma esperaba el primer edificio de la Casa de Moneda, construido por Juan de Herrera con la asistencia de los oficiales enviados desde el Tirol.
Una vez montada la maquinaria, los técnicos venidos desde Hall pudieron empezar con las pruebas y, finalmente, con la acuñación regular de monedas, primeramente en plata y más tarde en oro.
Felipe II y el embajador Khevenhüller visitaron la Casa de Moneda de Segovia en octubre de 1587, quedando el Rey muy satisfecho y ofreciendo al embajador una buena gratificación.
Empieza de este modo la historia de éxito de la Casa de Moneda de Segovia cuya tecnología llegaría a exportarse en el siglo XVIII hasta Potosí.