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El intercambio de productos mano a mano fue la primera forma de comercio entre los hombres. Surgió en el Neolítico, cuando el nomadismo basado en la caza y la recolección dio paso a las primeras organizaciones en núcleos sociales: la subsistencia ya no dependía del individuo sino del grupo y de su capacidad de colaboración. Estas sociedades incipientes desarrollaron la agricultura y la ganadería; el hombre pasó de depredador a productor. La aparición del trueque fue posible gracias al excedente de producción, es decir los bienes que sobraban una vez cubiertas las necesidades básicas y el consumo corriente. A cambio de estos bienes, podía conseguirse aquello de lo que se carecía.

El desarrollo de nuevos bienes de consumo y el crecimiento de la actividad comercial puso en evidencia las debilidades del trueque. Este sistema dependía de la conjunción de necesidades: sólo podía darse cuando uno carecía del producto concreto del que el otro disponía. Por otro lado, la variedad de productos hacía difícil determinar su valor exacto y garantizar un intercambio equilibrado. Por ejemplo, ¿cuánta lana debía ofrecerse a cambio de un jarrón de vino?; ¿valían lo mismo una vaca y un burro? Estos inconvenientes se resolvieron con el establecimiento de un producto de referencia en base al cual se establecía el valor de todas las mercaderías. Los primeros bienes de referencia, y por tanto antecedentes de la moneda, fueron el trigo y el ganado.

Pronto surgió la necesidad de que el bien de referencia fuese divisible y pudiese emplearse en intercambios cotidianos de menor valor. También era necesario facilitar su traslado y almacenamiento. Así, los bienes de referencia fueron haciéndose más pequeños, utilizándose por ejemplo bolsitas de sal, collares de concha, etc. La transición de estos objetos a las monedas de metal se dio por primera vez en Asia Menor. Asirios y babilónicos empezaron a utilizar en sus intercambios barritas de oro y plata, dos metales valiosos por su escasez e incorruptibilidad. El desarrollo de la moneda fue desde entonces paralelo a la evolución del poder comercial. A través del Imperio romano se extendió el uso de monedas metálicas y el monopolio de la acuñación por parte de los Estados, que garantizaban el valor de la moneda por medio de un sello grabado reconocible, como es el caso del acueducto en el caso de las monedas acuñadas en Segovia.

La internacionalización del comercio propia de la Edad Moderna europea trajo consigo nuevas formas de pago adaptadas a las grandes distancias y los peligros que acarreaba el transporte de sumas importantes de dinero. Las letras de cambio, tomadas del mundo árabe musulmán, garantizaban el cobro de una deuda en un lugar lejano equiparando el valor de las monedas de origen y destino. Los billetes a la orden, ancestro del cheque, evitaban el transporte del dinero, que se depositaba en un banco y podía ser retirado en cualquier momento por el portador del documento.

El papel moneda, equivalente al billete actual, tiene su origen en la China del siglo VII, aunque en Europa esta forma de dinero no apareció hasta 1661. El cambista Johan Palmstruch, fundador del Banco de Estocolmo, comenzó a entregar unos billetes como recibo de los depósitos de oro y otros metales preciosos realizados en su banco. Durante el siglo XVIII se generalizaron estos establecimientos financieros para satisfacer las necesidades tanto de los estados como de los particulares. Los bancos sustituyeron gradualmente sus emisiones iniciales de pagarés, vales o bonos por billetes. En España el papel moneda se implantó en 1780, durante el reinado de Carlos III. En 1874 el Banco de España se estableció como único banco emisor nacional.

En las últimas décadas hemos asistido al desarrollo vertiginoso del dinero invisible. El dinero actual puede ser plástico gracias a las tarjetas bancarias, electrónico gracias a las transferencias y depósitos directos, o virtual. Internet ha traído nuevos métodos de pago como Paypal, WebMoney, e-gold y otros más controvertidos cuya base no es fiduciaria como las Bitcoins. Esta revolución tecnológica ha cambiado los hábitos de consumo y también ha modificado sustancialmente la función del dinero y su percepción. Aunque la permuta de bienes, la moneda metálica y el papel moneda no desaparezcan del mundo del comercio, es muy probable que los métodos electrónicos acaben por dominar el mercado y el flujo de dinero.