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La artesanía del hierro es muy antigua. Se han encontrado restos arqueológicos en el valle del Ganges, en la India, que corresponden aproximadamente a 1.800 a.C., en sepulcros procedentes de la primitiva civilización egipcia (1.600 a.C.), y en localidades caldeas y asirias.

En Europa se han hallado objetos (1.300 a.C.) en Creta y Micenas (en la península griega del Peloponeso). A la península ibérica llegó, probablemente, con los fenicios, siendo también utilizado por los celtas, especialmente para construir herramientas y armas (siglo 3 a.C.), evolucionando la extracción y explotación del hierro en la época romana. Los visigodos utilizan también el hierro en la orfebrería y los musulmanes, principalmente para cerrajería y armas. 

En el siglo X el hierro comienza a tener gran importancia e los territorios cristianos y en el siglo XI se descubre la soldadura por el método de la calda, utilizándose el hierro sobre todo en la arquitectura para construcción de templos, castillos y casas y en los monasterios para las rejas. En el siglo XII llega a la península la rueda hidráulica, para accionar los fuelles y martinetes (como las que posteriormente se instalarían en la Real Casa de la Moneda de Segovia). 

En el siglo XIII nuestra península está a la cabeza de toda Europa en trabajo de hierro artístico, prueba de ello es que las rejas de Notre Damme de París son forjadas por maestros catalanes.

Antes de la Revolución industrial, el oficio de herrero era básico en cualquier poblado. Las técnicas de producción en masa han ido reduciendo poco a poco la demanda de este trabajo esencial durante tanto tiempo. 

Los elementos básicos de este oficio son la forja, que es el lugar donde se aplica calor al metal en la herrería, el yunque (gran bloque de hierro o acero), el martillo, y las tenazas (para asir el metal incandescente) además de los moldes (instrumentos para darle forma. También son esenciales el fuelle y el carbón para producir el fuego y el agua. 

Los herreros calientan las partes del hierro para incrementar su temperatura y hacerlo maleable: primero se vuelve rojo, luego anaranjado, amarillo y finalmente blanco.

Su oficio se reconoce en la mitología, principalmente, a través del dios griego Hefesto y del dios romano Vulcano, el herrero de los dioses, encargado de proteger la herrería, la artesanía, la escultura, la metalurgia y el fuego. En La fragua de Vulcano, pintada por Diego Velázquez en 1.630 se puede ver una fragua prácticamente igual a las que han llegado a nuestros días.

Antiguamente, como la mayoría de los oficios, se convertía en un modo de vida que pasaba de padres a hijos. El herrero era un artesano que debía unir la fuerza, el ingenio y la destreza para dar, a golpe de martillo, la forma deseada y el temple adecuado a las piezas que se forjaban en su fragua.

La experiencia y la habilidad eran sus dos cualidades más valoradas. Sin embargo, la irrupción de nuevas máquinas en el siglo XIX haría que surgiese la fábrica de forja en su concepto actual, en sustitución de las fraguas artesanas, que prácticamente han desaparecido.

Los herreros han sido uno de los pilares de la cultura y el desarrollo de los últimos dos mil años. Sin los herreros no habría acueducto, ni catedrales, ni iglesias, ni se habría desarrollado la agricultura, ni la construcción, ni tantas y tantas profesiones que han constituido la base de nuestra civilización.

Texto de Luis Miguel Fuentetaja, amigo y representante de Elías de Andrés.