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06 Nov 2020  
 

 

1 de noviembre de 2020

 

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"Leyendo el documentadísimo artículo de Antonio, caí en la cuenta que al igual que a los seis días de Nochevieja vienen a visitarnos los Reyes, aunque solo para los que seguimos creyendo en ellos; seis días después de San Frutos le llega el turno a otro santo segoviano: Alfonso Rodríguez, que junto a los dos hermanos del eremita: Valentín y Engracia, constituyen todos el cuarteto de nuestra particular hagiografía segoviana, si no incluyéramos en ella a San Geroteo, el primer obispo de Segovia según la tradición, aunque seguramente de origen helénico. El día 31 de octubre celebra la iglesia católica la festividad de San Alonso o de San Alfonso Rodríguez, que de las dos maneras es conocido por tratarse de dos variantes casi imperceptibles del mismo nombre. Fue un 31 de octubre del lejano año de 1617 cuando Alonso/Alfonso cerró los ojos a su vida terrenal en la lejana Palma de Mallorca, a donde su vocación de siervo del Señor le había llevado treinta y dos años atrás, para hacerse cargo como coadjutor de la portería del colegio de los jesuitas de Monte Sión, puesto que por la tardía edad con la que afrontó su vocación religiosa, fue rechazado para recibir las órdenes mayores: “Si no podemos admitirle como sacerdote, admitámosle como santo”, comentó el rector del seminario de los jesuitas de Valencia en donde finalmente recaló, después de no haber sido admitido en el de su Segovia natal y momentos antes de embarcarle para la isla de Mallorca.

La premonición se cumplió y en aquella portería encontró abierta nuestro paisano la puerta por la que se accede a la santidad. Allí se convirtió en el santo de lo cotidiano, de lo que sucede cada día, del servicio diario a la fe que profesó; sirviendo a Dios a través de los demás a quienes trataba como si el mismo Jesucristo hubiera vuelto a la tierra. “Ya voy, Señor”, contestaba a cualquiera que se acercara a llamar a su portería. Fue canonizado el día 15 de enero de 1888 por León XIII, el primer Papa que promulgó una encíclica de contenido social (‘Rerum Novarum’) y después de que concluyera un lento proceso de beatificación, retardado por los enfrentamientos surgidos por entonces entre los jesuitas y el Papado, que acabarían con la supresión de la Orden por Clemente XIV en 1773. Hubo que esperar al restablecimiento de la Compañía por Pio VII, ya entrado el siglo XIX, para que León XII le pudiera proclamar beato el día 31 de julio de 1824, en que se celebraba la fiesta de San Ignacio de Loyola. La ciudad de Segovia celebró con toda solemnidad la subida a los altares de Alfonsus, nombre latinizado con el que aparece en el Decreto de Canonización. ¡Hasta novillos se corrieron en la Plaza Mayor!, sin que faltaran voladores, fuegos artificiales, luminarias y me imagino que tampoco los churros y buñuelos, que aportarían un olor diferente al de la santidad que se celebraba.

Había nacido Alfonso en Segovia en torno al año 1531 y durante algún tiempo vivió en la casa familiar de la plaza de Día Sanz, en donde una placa de cerámica recuerda ahora este hecho. Al producirse la muerte de su progenitor, tuvo que dejar los estudios en Alcalá de Henares para hacerse cargo del negocio de fabricación de paños que regentaba su familia. Luego se casaría y tendría hijos, pero las desgracias se fueron precipitando una tras otra. La crisis del mercado de la lana a mediados del siglo XV, arruinó su negocio; luego fallecerían su mujer y sus hijos y es a partir de aquí cuando brota en él la semilla que había sembrado en su pubertad el cofundador de la Compañía de Jesús, Pedro Fabro, durante su estancia en Segovia. Fabro se habría hospedado en una alquería propiedad de los padres de Alfonso cercana a la ciudad, posiblemente próxima al barrio del Sotillo de la Lastrilla, cuya iglesia está puesta precisamente bajo la advocación del santo. A todas estas desgracias debe añadirse la propia circunstancia de verse obligado a salir de su tierra para poder cumplir su vocación. ¿A que nos suena esto? ¿Cuántos segovianos a lo largo de nuestra historia se han visto obligados a seguir los pasos del santo, para encontrar fuera lo que aquí se les negaba?

La vida y la obra de San Alfonso están fundamentadas en hechos ciertos y verídicos, que no precisan de leyendas ni de tradiciones para fundamentar su contenido. Hace tres años, con ocasión de cumplirse el cuarto centenario de su muerte, la Diócesis de Segovia elaboró un amplio programa de actividades para dar a conocer entre nosotros las bondades de una y otra, que concluyeron con la edición de un libro recopilatorio de más de trescientas páginas y con la instauración de un premio anual que lleva su nombre, que permita reconocer la trayectoria de aquellas personas, que con una labor callada, hubieran dedicado su tiempo a las tareas de colaboración con la acción pastoral de la Iglesia y a favor de la sociedad religiosa segoviana. La entrega del premio se realiza el mismo día 31 de octubre y este año se cumple ya la cuarta edición. En esta ocasión, será entregado, a título póstumo, a los familiares de Pilar Jiménez Huertas, feligresa de Palazuelos de Eresma, fallecida hace unos meses atrás.

Otra distinción se echa en falta, y es que muy bien a San Alfonso/Alonso Rodríguez podrían acogerle como santo patrón protector aquellos segovianos que, como él, emprendieron la égida de estas tierras. Estoy seguro que no encontrarían a nadie que comprendiera mejor sus cuitas. Tampoco estaría de más que el santo del barrio de El Salvador pudiera ayudar temporalmente ahora con esto de la pandemia. Podría convencer a Frutos, Valentín y Engracia, para ir juntos a consultar a Roque, que ya tiene experiencia en estas cosas y podría aconsejarles cómo proceder mejor para la ocasión."

Texto extraído del artículo publicado en El Adelantado de Segovia, escrito por JESÚS FUENTETAJA SANZ