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16 Feb 2019  
 
Arte  

JOSÉ MARÍA PARREÑO | 08/02/2019 |


Vista de la exposición
Pocas veces, visitando exposiciones, se lleva uno sorpresas de este tipo. Pocas veces el asombro se alía con la felicidad, la obra lograda con la sonrisa. Ya sé que estos no son los términos que se deben utilizar en la crítica de una exposición, pero tampoco la de Isabel Ulzurrun es una exposición al uso. Aunque podría parecerlo, tras un título en mi opinión equívoco y un comienzo del recorrido un tanto tópico. Ambos condicionan nuestra mirada hacia ese espacio hoy en proceso de necesaria exploración y reivindicación que es el arte hecho por mujeres. Este lo es, pero como siempre pasa cuando una creación es de primera categoría, le sobran los adverbios de tiempo, geografía o género.Igualmente inútil va a ser, ya lo sé, mi descripción: las largas siluetas multicolores, tejidas por un grupo heterogéneo de personas, las lámparas monumentales colgadas a la altura de los ojos, los sombreros fijados sobre el respaldo de las sillas para que podamos vernos con ellos en la cabeza, la galería de retratos a lápiz, las pequeñas esculturas de alambre, la vajilla de tarlatana y cartón encolados.... Isabel Ulzurrun (Madrid, 1955) ha trabajado siempre con telas, hilos y papeles. Su compleja exposición de 2004, Ánima mundo, fue un alarde de destreza e ingenio y la reveló como una sólida escultora de materiales frágiles. Pero en esta ocasión parece haberse liberado de la obligación de demostrar nada y ha sacado de sí una inventiva y una delicadeza difíciles de poner en palabras. Y si las palabras resultan insuficientes para hablar de una obra plástica es señal, pienso yo, de que ha alcanzado su pleno sentido: hacernos percibir aquello que no se puede decir. “Esta mesa está preparada para dar de cenar a los ángeles”, escuché decir a un visitante. Me pareció un comentario realmente certero para referirse a una vajilla traslúcida y vaporosa, hecha de telas endurecidas con cola y decoradas con toda suerte de motivos florales. Y qué decir de una repostería que saboreamos con los ojos, hecha de papel de seda (para el chantilly), cartonaje (para las capas de chocolate) y bolitas de hilo (para los arándanos). Cena de ángeles o merienda de fantasmas, cosas extraordinarias en definitiva, porque lo maravilloso sugiere maravillas. Del mismo modo que los sombreros que mencioné sólo pueden haber salido del taller del Sombrero Loco de Lewis Carroll. Y las minúsculas instalaciones de alambre, tela y cordel parecen pertenecer a un Hollywood liliputiense. Se me vienen a la mente nombres como Santiago Mayo o Teresa Lanceta, con los que Ulzurrun comparte poética y materiales. Nombres siempre al margen de los focos, cuya obra nos habla con una convicción que se hará oír en el tiempo. 
Noticia publicada en la revista www.elcultural.com el 8 de febrero de 2019