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01 Feb 2021  

La casa del campanero de la Catedral de Segovia se erige a 42 metros de altura sobre la ciudad, a 70 escalones del suelo.

Casa del campamento

La que fuese la casa del campanero de la Catedral de Segovia se erige a 42 metros de altura sobre la ciudad. Situada a medio camino de la torre, a 60 escalones del campanario y 70 del suelo, este habitáculo de cuatro estancias daba cobijo a la familia del responsable de tañir este instrumento, que en el siglo XVI funcionaba a modo de boletín de noticias para advertir del descanso de los jornaleros, eucaristías, nacimientos, muertes e incluso de desastres naturales.

“El campanario es el verdadero mirador de la ciudad de Segovia”, afirma, en declaraciones a Europa Press, Sonia Fernández, guía turística de la seo desde hace cuatro años, quien destaca la “vista espectacular de la ciudad y de la Sierra de Guadarrama” de la que gozaban el campanero y su familia.

Pero, más allá de esa ventana privilegiada, Fernández advierte de que la casa del campanero “no era una prebenda ni un regalo”, sino que estaban obligados a vivir en ella los 365 días del año: “Hay que entender que en el siglo XVI las campanas eran medios de comunicación, y con una variedad de toques y sonidos transmitían diferentes tipos de mensajes”.

Esa labor, agrega, va en línea con el papel de la iglesia en el momento, pues ostentaba un poder “importantísimo”, al tiempo que la religión “formaba parte de la vida de las personas”.

“Ahora mismo, tenemos un reloj que hasta nos cuenta los pasos, pero entonces, las campanas marcaban la parada para comer de los labriegos, los rezos o los tiempos litúrgicos: con más alegría en Navidad o toques más sobrios en Cuaresma”, explica la guía de la Catedral.

De igual modo, los toques de las campanas también podían ir unidos a avisos de nacimientos, muertes o catástrofes, lo que hacía necesario que el campanero dedicase las 24 horas a su trabajo. Así, “si había un incendio o una inundación el campanero podía, desde su lugar privilegiado, avisar a mucha gente de una manera rápida”.

Todo ello, según apunta Fernández, hacía necesario que una persona viviese en el propio campanario a lo largo de todo el año y, de hecho, si perdían un toque se les restaba de la nómina. Por eso, toda la familia estaba involucrada en el cuidado del campanario, un trabajo “mucho más complejo que el mero toque de campanas”, ya que también exigía labores de mantenimiento. Además, a medio camino entre el campanario y el pie de calle, la vivienda del campanero planteaba un reto para el aprovisionamiento de la familia, por lo que se instaló una gran polea en el balcón de la misma; mientras que, a falta de portero automático, los proveedores de viandas avisaban con unos toques en la base de granito de la Catedral, cuyo eco resonaba a través de la escalera hueca, de piedra caliza.

“Lo normal era que el campanero naciera y muriera en la misma casa, mientras que el cargo, hereditario, pasaba al primogénito”, apunta Sonia Fernández, quien destaca las “dificultades” que entrañaba el trabajo, por lo que se valoraba el conocimiento del campanario, su estructura o los distintos toques de las campanas. Así, la vida del campanero, aislado en las alturas y pendiente de enviar el aviso correcto, se asemeja a la de un farero en la meseta aunque “teniendo muchos jefes”, pues Fernández recuerda que en la Catedral de Segovia llegó a haber 122 canónigos.

Además, el campanero tenía a su familia junto a él y vivía en el centro de la ciudad, en un lugar privilegiado, con comida y sustento fijos. “Ahora parece una vida muy dura pero comparada con la de sus contemporáneos, en la sociedad agrícola del siglo XVI, tenía muchas ventajas”, señala la guía, pues “las vacaciones son cosa del siglo XX y que, en aquella época, nadie se iba a Benidorm”, bromea.

Las actas capitulares han permitido conocer que el campanero habitó con su familia en la torre hasta 1947. Desde entonces, el oficio de campanero no ha existido como tal debido a la mecanización del sistema de campanas.

La torre de la Catedral de Segovia abrió sus puertas al público hace seis años, después de una minuciosa restauración que permitió el acondicionamiento para visitantes. Desde entonces, se realizan recorridos guiados y teatralizados con parada en la casa del campanero que, según apunta Fernández “han sido un éxito”, incluso ahora que se han reducido a cinco personas debido a las restricciones sanitarias.

Además, cuenta Fernández que algunas de esas visitas han sido “especialmente emocionantes” cuando en el grupo hay alguien que, de pequeño, tuvo oportunidad de subir a la torre o conocer al último campanero: “Es muy emotivo”.

Noticia publicada en El Adelantado de Segovia, el día 1 de febrero de 2021