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Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era pequeñito todavía, el espíritu del mal andaba de un lado a otro acarreando un enorme espejo con el que volvía malo y feo todo lo que encontraba.

Si el cristal del espejo reflejaba la sonrisa de un alma dulce, al momento esa sonrisa se volvía mueca macabra; si era un fresco campo de pastos florecidos lo que entraba en el espejo del mal, el vergel se transformaba enseguida en un erial repleto de cardos y abrojos.

De este modo el espíritu del mal tenía en su espejo la llave para borrar cuanta belleza y bondad encontraba a su paso.

Los hombres, asustados, pidieron ayuda a los ángeles y al momento los Nueve Coros Celestiales bajaron al mundo que seguía siendo pequeño todavía para perseguir al mal.

Escuadrones de serafines y querubines y cuadrillas de potestades y virtudes presentaron, junto a los ángeles guardianes, batalla al Maligno, que cobarde, se dio a la fuga, arrastrando su maléfico espejo.

En su huída cruzó valles y regatos, cerros y llanadas dejando a su paso un rastro de maldad y un tufo insoportable a caldera de Pedro Botero.

Tanto corrió y tan celoso iba de proteger su espejo que, en un descuido, tropezó y cayó al suelo. Y el espejo, al fin, se partió en mil pedazos.

Ángeles y hombres de aquel mundo pequeñito celebraron la victoria con besos y abrazos.

Pero pocos días después fueron los ángeles custodios los primeros en advertir que el mal no había sido derrotado: Contaron que cada uno de los trozos en que se había roto el espejo conservaba el poder del mal. Cada una de las diminutas esquirlas que habían sido esparcidas por el viento podían encontrarse en cualquier lado, en el aire, entre la hierba, en las fuentes...eran el mal mismo.

Eso explicaba por fin que los hombres a veces se enfadasen de repente y sin motivo y comenzasen a ver todo oscuro y reseco; o se encerrasen tristes en sí mismos sin atender los trinos de los niños ni las risas de los pájaros. O se volviesen tantas veces incapaces de compasión.

De nuevo los hombres de aquel mundo pequeñito necesitaban ayuda, informaron los ángeles de la guarda al Consejo de Coros Celestiales.

Después de mucho cavilar, el Consejo decidió que un arcángel buscaría a Paco Peralta, que también era pequeñito todavía, y le soplaría la solución a la oreja: le iría indicando cómo debía construir hombres y mujeres pequeñitos y también caballos y ratones, si fuera su gusto.

Así que Paco comenzó la tarea...El arcángel indicaba cómo y con quién y qué y dónde y poco a poco, con Matilde de ayudanta, fue construyendo las figuras que el arcángel le ordenaba.

Y sucedió que cuando los primeros títeres estuvieron acabados, los hombres cayeron en la cuenta de que bastaba mirarlos para sentirse más dulces, más buenos y más guapos.

Sabios y médicos comenzaron entonces a recetar títeres para males y penas. Miradas a los títeres de Peralta a quienes enfermaban por las esquirlas del espejo maldito: para la melancolía, tres veces por semana; para el rencor nueve visitas al mes y para curar la maldad había que mirar a diario y con insistencia los ojos de la Condesita.

Ya sabéis ahora para qué sirven los Títeres de Paco Peralta.

Autor: C. de Santos