El pleno Concede la Medalla de Oro de la Ciudad a Francisco Peralta
Claudia de Santos Borreguero
Lo reconocí por su silencio- afirmó Borges, ciego, en referencia a Italo Calvino.
Ese silencio que Calvino abrazaba “por convicción moral, porque lo considero un buen método para comunicar y conocer, mejor que cualquier expansión descontrolada y engañosa “.
A Francisco Peralta también era posible reconocerlo por su silencio, por la sabia humildad de su palabra que hoy- paradoja – lo define, a la vez que define la silenciosa esencia de su obra:
“… Ahora que ya he aprendido a apartar la hojarasca de las cosas importantes, ahora que sé mejor lo que quiero y podría hacerlo, ahora que podría acometer algo importante, necesito unas energías que ya no tengo. Tengo que renunciar a ciertas ilusiones y dejarlas aquí para que alguien pueda continuarlas…”
“…Siempre estoy sólo, con mis dudas y no tengo ninguna seguridad a estas alturas de lo que he hecho. Aún no he sido capaz de clasificarlo, sólo sé que son cosas que no las voy a volver a hacer, pero que me han valido para hacer lo que hago hoy…”.
“… Cada vez me preocupa más la frescura y a veces hago cosas demasiado complicadas y me digo: ahora vamos a volver a empezar desde el punto cero, para recuperar esa frescura que tenía, que quiero fingir, aunque no sea cierta…”
Y ahí están en silencio, en ese espacio sin tiempo que es hoy la Puerta de Santiago, el Conde Flores y la Condesita y el Vaquerito y Melisendra y Calomagno y el moro enamorado y don Roldán y don Gaiferos jugando a las tablas y Bastián y Bastiana y el Clérigo ignorante… todos, todos ellos reflejados en los ojos de Fréderik el ratón que recogía para pasar el invierno palabras y rayos de sol… Y allí palpita el eterno enigma de la Noche, esa testaruda obsesión de Paco. Allí están todos, en silencio, en el silencio fértil de Francisco Peralta.
A Francisco Peralta González quizá gritaron en silencio los títeres de la Tía Norica en el Cádiz de su infancia por los años 30 del siglo XX y desde entonces siempre siguió prendido del silente enigma de los títeres. Títeres que le dieron pasión y oficio, pasión y oficio compartidos desde el 62 con Matilde del Amo y luego con sus hijas.
Y compartidos con Segovia desde el 77 y con Hadit y Julio Michel y la Casa de los Picos por los años 80 y ya, después, con Segovia para siempre.
Francisco Peralta, como Vasili Grossman, no creía en el bien sino en la bondad. En la bondad pequeña de un hombre para con otro hombre; una bondad pequeña, sin testigos, sin grandes teorías, una bondad silenciosa.
Y es esta bondad silenciosa la que le mueve a dejar aquí, en la Muralla de Segovia 38 humildes, silentes, magníficas esquirlas de su alma titiritera; 38 espejos que sólo reflejan la bondad de quien los mira; 38 bálsamos; 38 dones.
Y- miren Vds. - es para este hombre bueno y silencioso para quien hoy- con la humildad que a él lo definía- pero también con el aplomo, la dignidad y el orgullo de quien invoca la justicia, es a este hombre digo, para quien pedimos la medalla de oro de la ciudad.
P.D. Perdóname Paco- que ya sé que no te gustan mucho estas cosas pero es que no he podido por menos… Ah! Y gracias Titirimundi por tirar del hilo ¿eh, Julio?